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TEXTO DE CLAUSURA. UBS ANNUAL FINANCIAL INSTITUTIONS CONFERENCE

El sistema financiero, 20 años después

Mazo sobre carpetas

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En los últimos 20 años hemos pasado por una crisis sin precedentes, en la que el euro, pero también los bancos, se han comportado mejor de lo esperado. El mundo es muy diferente ahora

En primer lugar, quiero disculparme porque acontecimientos imprevistos me han impedido estar con ustedes esta noche para celebrar el 20 aniversario de la Conferencia Anual de Instituciones Financieras que organiza UBS España. A cambio, le he ofrecido a Daniel Vázquez-Villanueva escribir un breve relato sobre qué diferencia la situación financiera actual de la que existía hace dos décadas. De esta manera, les recuerdo dos principios básicos de los mercados financieros con los que ustedes trabajan.

El primero, la presencia de la incertidumbre: ex ante, mi expectativa era acompañarlos en esta cena, pero ex post no ha sido así. Y segundo, que no hay almuerzo gratis: en este caso, no habrá cena gratis. El precio a pagar, en esta ocasión, será el discurso de la cena, aunque sea en la distancia.

La primera diferencia obvia de estos 20 años transcurridos es que en 1999 yo era 20 años más joven y, créanme, esa es la diferencia más relevante para mí. Bromas aparte, estructuraré mis comentarios en torno a tres bloques. En primer lugar, haré un breve repaso de la evolución de la economía. En segundo, resumiré dónde estábamos hace 20 años y dónde estamos ahora en el ámbito de la regulación del sector financiero. Por último, hablaré brevemente de lo que ha ocurrido en el sector bancario. Y, sobre todo ello, permítanme dar un punto de vista español.

La economía

Hace 20 años, el euro estaba dando sus primeros pasos. Fue un momento de orgullo para toda Europa, no exento de dudas. En mi caso, después de haber trabajado en el Instituto Monetario Europeo, recuerdo las palabras de nuestro entonces presidente, Alexander Lamfalussy, en 1994, en las que decía que el euro apenas tenía una posibilidad del 50% de convertirse en realidad. No fue fácil; su éxito no debe tomarse a la ligera. Veinte años después, el euro ha sobrevivido a la mayor crisis financiera y económica padecida desde la Segunda Guerra Mundial. En retrospectiva, sabíamos que la verdadera prueba del euro vendría con la primera crisis, pero nadie esperaba una crisis de tales dimensiones. La crisis hizo que España perdiera el 10% del PIB, lo que situó el desempleo en un trágico 27% y acabó con casi la mitad de nuestra industria bancaria. No sólo el euro ha sobrevivido a la crisis, sino que la institución que está detrás de él, el BCE, ha sido con mucho el baluarte más eficaz para defenderlo. luchando contra la crisis. Y para España, sin duda, fue mucho mejor afrontar la crisis dentro del marco institucional del euro.

Esto puede sorprenderles a algunos de ustedes que sean de origen anglosajón, pero ésta ha sido mi posición durante la última década en la que he mantenido numerosas conversaciones e intervenciones para negar que a España le hubiera ido mejor fuera del euro. Con la edad suficiente para haber vivido las últimas devaluaciones sustanciales que sufrió España en 1992, 1993 y 1995, prefiero no tener que enfrentarme al impacto de las devaluaciones -una terrible herramienta de redistribución de la renta- sobre la inflación y sobre la estructura social e institucional del país.

Por supuesto, esto no quiere decir que todo haya ido bien. La reducción permanente de los tipos de interés provocada por el euro originó en España una burbuja inmobiliaria sin precedentes, que fue seguida de un desplome del sector. Otras políticas, entre ellas la fiscal, las reformas estructurales y, por qué no decirlo, la regulación financiera, deberían haber sido más proactivas a la hora de hacer frente a esas distorsiones iniciales, pero no lo fueron.

Y a pesar del impacto que aún sufre nuestro tejido social, la economía española ha sido capaz de recuperarse con una estructura productiva orientada a la exportación, y ha ido ganando cuota de mercado tanto en los mercados globales como en la propia zona euro. De hecho, seguimos creciendo por encima de nuestros homólogos de la zona euro. En resumen, desde un punto de vista puramente económico, el euro merece y ha merecido la pena.

Hoy en día, podemos ver una sincronización cada vez mayor del crecimiento y de los ciclos económicos dentro de la zona del euro. Si los tipos de interés al comienzo del euro fueron demasiado bajos para algunos países (para España, obviamente, lo fueron) y demasiado altos para otros, la situación es ahora totalmente diferente. El próximo ciclo económico que se avecina será la prueba de fuego para determinar si la zona euro está mejor preparada ahora para hacer frente a una desaceleración del crecimiento. Mi único temor no se refiere a la sincronización del crecimiento, sino a una posible repetición de la crisis de la deuda soberana de 2012, en la que las familias y empresas del sur de Europa se enfrentaron a un súbito y desmesurado aumento de los tipos de interés y de los costes de financiación.

Regulación bancaria

Hace veinte años, el Comité de Basilea inició el debate sobre Basilea II. Podemos decir que los reguladores cayeron entonces en la ilusión científica del poder del campo de las finanzas, de los modelos cuantitativos para la fijación de precios de los productos financieros y de la capacidad que tenían los grandes bancos para gestionar sus riesgos. Y, en consecuencia, estaban dispuestos a dejar que los bancos utilizaran sus modelos internos para calcular PDs (probabilidad de incumplimiento), EADs (exposición al riego de crédito) y LGDs (pérdida en caso de incumplimiento) En resumen, confiaban ciegamente en la competencia técnica de los bancos, en particular de las grandes instituciones financieras.

Los bancos eran lo suficientemente ambiciosos como para no estar totalmente satisfechos con lo que les ofrecía Basilea II. Su aspiración era optar por lo que se llamaba entonces Basilea III, esto es, modelos de cartera completos (full portfolio models), que permitieran el reconocimiento de la diversificación de riesgos en todo el balance del banco a efectos de cómputo del capital regulatorio: ¡eso era lo que Basilea III significaba en aquellos días anteriores a la crisis!

En cuanto a las normas de conducta de las empresas, eran relativamente sencillas, con reglas muy simples sobre la necesidad de evitar conflictos de intereses, el deber fiduciario hacia los clientes y la lucha contra el uso de información privilegiada.

Veinte años después, tenemos un Basilea III (incluso algunos argumentan que ya tenemos un Basilea IV), pero de una naturaleza totalmente diferente a la deseada en aquellos días. Este Acuerdo de Basilea III es mucho más intrusivo en cada uno de sus aspectos, lo que refleja una pérdida total de confianza de los supervisores en la idoneidad técnica de la industria financiera. De hecho, es aún peor: también han perdido la fe en el carácter, entendido como los fundamentos éticos, de los bancos, en su firmeza y excelencia moral, en su capacidad para operar con principios simples como el de evitar conflictos de intereses o respetar el deber fiduciario hacia los clientes. Esta ha sido una pérdida devastadora para los bancos. Y me temo que el intervencionismo de los reguladores, los supervisores y el poder judicial aún no ha alcanzado su punto más alto: No descarto que, incluso, acabemos viendo como los controles de precios se extienden a todos los aspectos de la actividad bancaria.

Esto explica por qué no sólo tenemos requisitos de capital más altos, tanto en volumen como en calidad, sino también requisitos de liquidez, reglas de resolución, que incluyen exigencias abrumadoras en términos de capital de resolución (MREL), pruebas de estrés, ICAAPs, ILAAPs (proceso de evaluación de suficiencia de capital) y reglas de gobernanza, entre otras muchas. En el ámbito de las normas de conducta, las cosas no son mejores: nos aplican MIFID II y PRIIP, normas de conducta inmensamente complejas e intrusivas que no ofrecen ningún puerto seguro a la industria financiera. Además, algunas buenas ideas del nuevo paradigma regulador, como es el concepto de colchones de capital y liquidez, tal vez nunca lleguen a utilizarse. ¿Se imagina el coeficiente de cobertura de liquidez (LCR) de un banco por debajo del 100% en tiempos de estrés? No, la interacción de las normas y los mercados garantiza que los bancos, en lugar de dejar que el colchón de liquidez disminuya, compitan entre sí para demostrar su fuerza al tener LCRs muy superiores al 100% en situaciones de estrés.

Pero para mí, los aspectos más preocupantes de la regulación después de estos 20 años son dos. En primer lugar, la inmensa complejidad de las nuevas normas. El texto consolidado de Basilea III publicado hace unas semanas por el Comité de Basilea tiene 1.868 páginas; MIFID II tiene 5.000 páginas de texto, y el conjunto de las normas de Resolución de la UE (Reglamentos y Directivas) es más largo que la Biblia. ¿Por qué es tan lesiva esta complejidad para las entidades? Porque es casi imposible entender cómo funcionan las interacciones de todas estas reglas. Es una caja negra, cuyo funcionamiento sólo conoceremos cuando nos demos de bruces con los resultados. Por ejemplo, aunque aún no podemos saber las consecuencias que tendrá, si vemos algunos impactos, la desaparición de la investigación (equity research) de las pequeñas boutiques o de la dirigida a valores con poco volumen de contratación como resultado de la aplicación de la MIFID II. El problema es que puede que no seamos conscientes de los resultados hasta que sea demasiado tarde, esto es, hasta que estalle una nueva crisis. Por lo general, el riesgo de una regulación compleja es la captura de los reguladores por parte de las empresas. Pero, con este nivel de complejidad, el riesgo, sobre todo, es la ceguera total tanto de los reguladores como de las empresas reguladas respecto a los riesgos que se afrontan en el medio plazo.

El segundo aspecto de mi preocupación en torno a la regulación se refiere a su arquitectura: estamos regulando por tipo de instituciones financieras y no por tipo de actividad. El problema de este tipo de regulación es que es muy propensa al arbitraje. De hecho, ya lo vimos en 2007, pues AIG, los monoliners, los SIVs, Lehman Brothers y Bearn Sterns no eran bancos ni estaban sujetos a la normativa bancaria: eran compañías de seguros, corredores de bolsa y SPVs (vehículos especiales de inversión), entre otros agentes no bancarios. Ahora, en este mundo de revolución técnica que está desdibujando la frontera entre las empresas financieras y las empresas tecnológicas, el nuevo paradigma regulador será todavía más proclive al arbitraje de capital y al desplazamiento de riesgos hacia el sector bancario en la sombra no regulado (incluyendo en este caso a las fintechs y bigtechs).

Permítanme terminar esta parte volviendo al tema de la falta de fe en la capacidad técnica y en el proceder de los bancos. Si queremos sobrevivir el próximo siglo, tenemos que recomponer la relación de los bancos con los reguladores, el estamento político, el poder judicial y la sociedad en su conjunto. De lo contrario, podemos esperar que la regulación vaya en la dirección equivocada y que se vuelva aún más estricta, inflexible, compleja y abrumadora.

Los bancos

En 1999, los bancos estaban embarcados de lleno en el modelo Originar para Distribuir (O to D), por el que estos asumían riesgos, no para mantenerlos en sus balances sino para empaquetarlos y distribuirlos a otros operadores en los mercados financieros globales. Las interrelaciones en este modelo de O to D eran abundantes y complejas: los mercados interbancarios mostraban una actividad febril, vinculando así los riesgos entre bancos; los bancos internacionales utilizaban su estructura para captar capital y liquidez y enviarlos a zonas geográficas y áreas de negocio de rápido crecimiento; y la presencia de los bancos en los mercados de riesgos también era abundante, con SIVs, CDOs, CDOs al cuadrado, etc. El apalancamiento de la industria era, en aquel entonces, brutal: los bancos operaban con tan poco capital de alta calidad como el 1% de los activos o el 2% de los Activos Ponderados por riesgo (APR). Piénsenlo: estábamos tan seguros de la capacidad técnica de los bancos que un impacto de más del 1% en el valor del balance de una entidad era impensable. Desde un punto de vista actual, hoy esta fe parece aterradora.

En aquellos días los supervisores se mostraban satisfechos y sus preocupaciones se dirigían al mundo de los fondos de cobertura o Hedge Funds: de hecho, el Long Term Capital Management (LTCM), un hedge fund gestionado por varios Premios Nobel de Economía, tuvo que ser intervenido y liquidado en 1998. Ese era el gran temor entonces: ¡una crisis de hedge funds!

Veinte años después, no podemos decir que el modelo de Originar para Distribuir haya sido abandonado, pero apenas podemos detectarlo. El mercado interbancario ha desaparecido, los subsidios cruzados entre países y áreas de negocio de los grandes bancos internacionales han sido severamente restringidos; y la transformación del riesgo continúa, pero de una manera mucho más limitada. Mientras tanto una posible crisis de un hedge fund sigue siendo la pista falsa que persigue la supervisión financiera mundial.

En este momento, los bancos se enfrentan a:

– Un entorno de tipos de interés bajos que destruye el valor de la actividad principal de un banco, la transformación de plazos;

– Un muy bajo crecimiento del balance, ya que los hogares y las empresas siguen desapalancándose después de la crisis;

– Mayores requerimientos de capital, que tienen un impacto directo en la rentabilidad sobre recursos propios, en el ROE. Las matemáticas son simples: triplicar los requerimientos de capital significa un denominador tres veces mayor y ROEs, por tanto, reducidos a un tercio de lo que eran antes;

– Normas de resolución y capital, MREL y planes de resolución;

– Mayores colchones de liquidez (LCRs) y límites a la transformación de plazos (NSFR o coeficiente de financiación estable neta);

– Mayor competencia fomentada por las autoridades a través del Open Banking y la PSD2;

– Y, por último, pero no por ello menos importante, la cuarta revolución industrial y la aparición de las fintechs y bigtechs, como nuevos competidores fuera del sistema regulado.

Podría añadir a la lista el reto de las finanzas sostenibles, pero como todavía nos quedan un par de años antes de que nos golpee duro (ya está aquí, pero aún no con la fuerza que percibo en el futuro), prefiero dejarlo un poco de lado.

Viendo todos estos desafíos, parece un milagro que los bancos sigan vivos y coleando. De hecho, si hace 20 años me hubieran dicho que los bancos serían capaces de hacer frente a todo esto, no lo habría creído. En cierto modo, los bancos han estado funcionando mejor de lo que cabría esperar.

Permítanme referirme brevemente a España, porque en el ámbito bancario España era diferente, como decía un viejo anuncio de nuestra televisión, tanto en lo positivo como en lo negativo. La primera diferencia es el modelo bancario. La buena noticia es que no nos embarcamos en el modelo de Originar para Distribuir. La mala es que sufrimos una crisis bancaria tradicional que se vio agravada por los efectos, primero, de la crisis financiera internacional y, más tarde, por la crisis de la deuda soberana que tan gravemente afectó a la periferia de la Eurozona. Por crisis tradicional me refiero a una mala evaluación del riesgo de crédito realizada por los bancos que expanden rápidamente sus balances. Y la crisis de la Eurozona significó un repentino cese de los flujos de financiación, un sudden stop, como los típicos de los países emergentes, pero que ocurrió en el corazón de Europa.

En medio de esta crisis, el modelo de nuestros bancos comerciales y, en particular, de nuestros bancos internacionales mostró su resistencia. Se trataba de bancos comerciales, con importantes cuotas en mercados locales, financiados localmente con depósitos y sin subvenciones cruzadas de la matriz, ya fuera en términos de capital o de liquidez. Este modelo de negocio, que fue diseñado para proteger a España de la volatilidad de Iberoamérica, terminó, no sin cierta ironía, protegiendo a Iberoamérica de las turbulencias de la Eurozona.

Pero también teníamos otras peculiaridades que hacían más débil nuestro sistema financiero. El 40% del balance de los bancos españoles cambió de manos durante la crisis, y las entidades fueron absorbidas mediante fusiones o a través de la intervención de las autoridades y su posterior asignación mediante licitaciones abiertas. De 45 bancos de cierto tamaño, hemos pasado a 13, de momento. El sector de las cajas de ahorro desapareció como tal, ya sea por la crisis individual o por su transformación en bancos comerciales privados basados en acciones. La lección aquí fue doble: primero, que los derechos de propiedad sin una definición clara terminan creando estructuras de gobierno corporativo subóptimas que pueden conducir a una mala gestión del riesgo; segundo, que los bancos deben tener siempre la capacidad de aumentar su capital a través de la emisión de acciones, y en particular, deben poder hacerlo durante una crisis.

Conclusión

Como dice la falsa maldición china, he tenido el privilegio de haber vivido durante los últimos 20 años tiempos interesantes. Estoy más que dispuesto a renunciar a ese privilegio y vivir unos años menos interesantes. Pero me temo que los retos que he mencionado garantizan que seguiremos viviendo en la maldición hasta el final de nuestras carreras profesionales que, en mi caso, espero no se alargue otros veinte años más.

José María Roldán, presidente de la Asociación Española de Banca

Versión en inglés