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Un año para consolidar la recuperación

dinero y casita

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En este intento de análisis prospectivo del ejercicio 2022, lo primero que me gustaría decir es que esta nueva ola de contagios propiciada por la variante ómicron será -eso espero- un fenómeno más o menos pasajero, que estamos a punto de superar y que no afectará en exceso ni a la salud de las personas ni a la evolución de nuestra economía. Deseo firmemente que esto sea así y estoy dispuesto a creerlo dadas las señales de pujanza mostradas por la economía española en los últimos meses de 2021.

En efecto, la recuperación de la economía estaba siendo, hasta este nuevo episodio de la pandemia, vigorosa y mucho más rápida de lo esperado por muchos de nosotros que, a principios de 2020, en aquellos dramáticos meses del confinamiento extremo, temíamos una recuperación lenta e incierta y unos daños permanentes en el tejido financiero y empresarial. Pero ese shock tan profundo, tan inédito como brutal y súbito, dejó menos heridas de las esperables. Para mediados de 2021 la recuperación en V, una vez iniciada la campaña de vacunación, empezó a hacerse realidad, en particular en el área OCDE y también, aunque con un menor dinamismo, en España.

Estas buenas noticias se fueron confirmando y el sector bancario español no ha sido ajeno a ellas. Nuestras entidades llegaron a esta crisis con una auténtica coraza en términos de capital y liquidez. Esto les permitió jugar un papel esencial en los primeros meses de la pandemia, inyectando liquidez en las empresas con dificultades a través del programa de créditos con aval del ICO. Durante 2021, han mantenido una buena actividad crediticia y logrado recuperar prácticamente los niveles de rentabilidad anteriores a la crisis sanitaria. Esto no sólo despeja   cualquier duda sobre el sector o sobre un posible riesgo sistémico, sino que representa una garantía para que nuestras entidades puedan mantener e incluso aumentar el nivel de remuneración a sus accionistas que tenían antes de la crisis.

Las posibles dudas sobre el nivel de provisiones realizadas han quedado también aclaradas, dado el elevado volumen dotado durante 2020, el primer año de la crisis sanitaria. Y lo más importante de todo, la buena situación de nuestras entidades las sitúa en una magnífica posición para seguir financiando, como han hecho hasta ahora, el proceso de recuperación, apoyando a familias y a empresas, y captando de los mercados, con facilidad y sin problemas, los fondos que se puedan necesitar.

Pero el compromiso de nuestros bancos va mucho más allá y responde a las nuevas demandas de la sociedad y de las autoridades para que contribuyan de forma determinante a la construcción de una economía más sostenible y justa, a través de una lucha eficaz contra el cambio climático. Nuestras entidades han mostrado su determinación en avanzar de forma práctica, acompañando a sus clientes en el proceso de descarbonización de la economía, pero para ello piden a las autoridades reglas y criterios claros.

La Comisión Europea está dando pasos importantes en esa dirección, tanto desde el punto de vista regulatorio como en la puesta a disposición de los Estados miembros de cuantiosos fondos en el marco del Plan para la Recuperación, con la orientación clara de que se destinen a construir una Europa más verde y digital. De esos 750.000 millones de euros, 140.000 millones corresponderán a España (60.000 millones en forma de subvenciones y 80.000 millones en forma de préstamos blandos), una cantidad que nuestro país recibirá durante tres años y que supondrá una valiosa palanca para modernizar la economía. Nuestros bancos han ofrecido su colaboración para que esos fondos puedan llegar a los mejores proyectos y empresas dada la capilaridad de sus redes y el conocimiento que tienen del tejido empresarial español, en particular de las Pymes.

Los fondos europeos Next Generation se dirigen también a impulsar la transformación digital, el otro gran eje estratégico de la banca, que se ha acelerado exponencialmente durante la pandemia. Esto supone un tremendo acicate para nuestros bancos. De hecho, la primera prueba de fuego vino de la mano de la pandemia, y los bancos superaron con éxito el desafío de tener que operar digitalmente casi al 100%, de la noche a la mañana, tanto internamente como con los clientes. Además, esta aceleración del uso de canales digitales ha llegado para quedarse, y vemos crecer día a día la demanda de productos y servicios online por parte de los clientes.

Pero en este mundo digital acechan no pocos riesgos. El más grave de todos es que una parte de la población se quede descolgada de los beneficios de la digitalización. Me refiero a personas mayores o que viven en zonas rurales con mal acceso a internet. Para incluir a estas capas de la población, es preciso avanzar en varias direcciones a la vez: dotar a estas zonas de mejores infraestructuras en telecomunicaciones e internet, intensificar los programas de formación digital para mayores (ahora obstaculizados por la propia pandemia, que impide la formación in situ) y buscar soluciones para el problema del efectivo, en el que están trabajando nuestros bancos a través de acuerdos con ayuntamientos, cadenas comerciales o Correos.

Entre los riesgos de la digitalización, hay que hablar de los nuevos operadores, un curioso ecosistema donde pululan pequeñas fintech, neobancos, operadores de pagos, grandes empresas tecnológicas, todas ellas entrando con avidez en los nichos más rentables del negocio financiero, pero sin estar sometidos a los rigores de la regulación bancaria. Esta mezcla de banca en la sombra y tecnología no sólo representa un problema de competencia desleal para la banca, sino que implica serios riesgos para la estabilidad financiera, como las propias autoridades reconocen, pero sin decidirse aún a tomar decisiones fehacientes al respecto.

En el nuevo ecosistema digital, también nos enfrentamos a la aparición nuevas formas dinerarias. Me refiero a divisas digitales como la safecoins, con respaldo de activos financieros líquidos y tangibles, y a las CBDC, emitidas por los bancos centrales. Con estas no hay problemas, pero sí con los criptoassets, como el bitcoin, que tienen asociados muchos aspectos negativos: la falta de transparencia, la especulación, los problemas medioambientales, la desprotección de los inversores y la opacidad fiscal, lo que puede destruir el camino andado en la lucha contra el lavado de dinero.

Y por último está el problema de la ciberseguridad, que se ha convertido en una carrera contrarreloj por ser más rápidos que los ciberdelincuentes y estar bien preparados ante los ataques que puedan venir, cada vez más sofisticados. Los bancos están trabajando intensamente en este terreno en dos vertientes, una con ingentes inversiones en tecnología y personal especializado, y otra en la cooperación entre entidades bancarias y con las autoridades nacionales y extranjeras. Pero, necesitamos algo más: la implicación consciente de los usuarios. La AEB acaba de lanzar un programa divulgativo sobre medidas de seguridad que ha tenido un gran éxito, pero hay que seguir insistiendo, porque nos jugamos mucho en esto.

En suma, creo que esta positiva evolución de la economía y de la actividad bancaria va a recibir un fuerte espaldarazo durante 2022 y podría, además, verse reforzada por la expectativa de que este año se produzca el tan ansiado fin de los tipos de interés negativos. Creo sinceramente que se ha infravalorado el grave impacto que los tipos negativos han tenido para la industria bancaria, pues si bien la transferencia de rentas hacia la economía real ha sido colosal, y quizás necesaria durante la pasada crisis financiera, las perturbaciones introducidas han obligado a los bancos, despojados de su negocio básico, la transformación de plazos, a replantear sus modelos de negocio y acometer procesos de consolidación y de reestructuración de sus organizaciones. Todo ello realizado de forma muy rápida y afortunadamente muy poco traumática. Espero que alguna vez se sepa valorar en toda su dimensión el esfuerzo de transformación y adaptación acometido por nuestro sector bancario.

José María Roldán, presidente de la Asociación Española de Banca

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