Los niveles de CO2 en la atmósfera aumentan cada año: según la National Oceanic and Atmospheric Administration, la concentración de dióxido de carbono ha pasado de 401,4 ml/m³ en 2015 a 409 ml/m³ en 2019
El cambio climático es un problema que se agravará si no tomamos las medidas adecuadas y asumimos la incertidumbre que rodea el debate de cómo afrontarlo. Ya sufrimos el aumento de los niveles de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera a través de eventos climatológicos extremos con un indiscutible impacto en la economía de algunos países.
La ausencia de acciones para limitar de manera progresiva, pero con cierto sentido de urgencia, el uso de combustibles fósiles no solo tendrá un coste que puede ir aumento, sino que puede generar efectos irreversibles. La presión que ejercen los ciudadanos, cada vez más conscientes de la magnitud de problema, el empuje de la regulación y los cambios tecnológicos pueden provocar un violento cambio del modelo productivo con inconcebibles consecuencias sobre el empleo, los precios y el crecimiento.
Desde la firma de los Acuerdos de París en 2015 se han hecho notables avances para mitigar el impacto del cambio climático y transformar el modelo productivo hacia patrones menos nocivos para el medio ambiente. Desde que se consensuó la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas se ha avanzado por esta senda a pesar de que el entorno económico global se ha polarizado: La Unión Europea ha lanzado un Plan de Acción para financiar un crecimiento sostenible; los bancos centrales se han unido para mantener bajo control los riesgos del cambio climático y que no afecten a la estabilidad financiera; los inversores son tajantes al valorar los beneficios de invertir en proyectos sostenibles y los principales bancos del mundo han confirmado su compromiso en la lucha contra el cambio climático y con el cumplimiento de los ODS a través de la firma de los Principios de Banca Responsable en Nueva York.
Sin embargo, los niveles de CO2 en la atmósfera aumentan cada año: según la National Oceanic and Atmospheric Administration, la concentración de dióxido de carbono ha pasado de 401,4 ml/m³ en 2015 a 409 ml/m³ en 2019. ¿Por qué cuesta tanto cumplir con los compromisos contra el cambio climático y el calentamiento global si cada vez hay más conciencia social y la regulación está alineada con la causa? Existen infinidad de razones que van desde la falta de coordinación internacional hasta la dificultad de contar con datos sólidos e información adecuada para tomar decisiones correctas, pasando por la posible correlación entre las emisiones de CO2 y el crecimiento económico.
Parte de la explicación radica también en lo que conocemos como ‘el descuento temporal’ en nuestros modelos de decisión: cuánto más peso le damos al presente en detrimento del futuro, menos incentivos tenemos para actuar con determinación frente al cambio climático. Y esto tiene mucho que ver con el grado de cooperación internacional: cuanto menor es, más pesan las decisiones de impacto a corto plazo frente a las que podrían generar un beneficio en las próximas décadas.
De igual manera, cuando pensamos que el cambio climático es un fenómeno global, los incentivos para actuar con determinación a escala nacional, regional, o incluso individual, se reducen sustancialmente si los costes en los que hay que incurrir son potencialmente elevados. Además, es frecuente que surjan dudas sobre quién es el responsable de tomar las decisiones, ya que la mayoría de los gobiernos y empresas no se dan por aludidos, y tampoco está claro el coste del aumento de CO2. En este escenario, la lucha contra el cambio climático se puede ver como un bien público, por lo que siempre habrá un grupo de agentes (free riders) que se beneficien del esfuerzo asumido por otros sin contribuir en absoluto a la causa.
Como señala Vinod Thomas, ex vicepresidente del Banco Mundial, los economistas también somos en parte responsables de obstaculizar la necesaria conciencia para afrontar el cambio. Deberíamos haber reflejado con mayor claridad el impacto del cambio climático en los modelos de predicción económica. Gracias al liderazgo y la influencia del Premio Nobel de Economía en 2018 William Nordhause se ha comenzado a desarrollar una abundante literatura en este campo, pero, aun así, debemos admitir que estos modelos tienden a limitar o incluso ignorar los efectos del cambio climático. Aunque falta información y es necesario aumentar la calidad de los datos disponibles, deberíamos reconocer la importancia de integrar los costes y beneficios de la gestión medioambiental en los modelos de crecimiento, y considerar el coste de evadir el impacto social de determinados procesos productivos en los modelos económicos.
Pero no tiene sentido hablar sólo de obstáculos sin aportar posibles soluciones, y hay muchas. La literatura económica tiende a coincidir en la necesidad de limitar el uso de combustibles fósiles mediante el adecuado diseño de incentivos o a través de la regulación. Sin embargo, los desafíos existentes ponen de manifiesto la importancia de seguir concienciando sobre la gravedad del cambio climático y la necesidad de trabajar con datos fiables para desarrollar modelos económicos, crear escenarios y potenciar el papel que ha de desempeñar el sistema financiero como catalizador del cambio.
Sin este esfuerzo será imposible tomar decisiones adecuadas y nos seguiremos dejando llevar por nuestras ideas preconcebidas para evitar tener que asumir el coste de la transformación provocada por el cambio climático. Y así corremos el riesgo de avanzar sólo en la retórica del cambio sin crear el impacto necesario.
Juan Carlos Delrieu, director de Estrategia y Sostenibilidad