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Presidencia

Comparecencia en la Comisión Parlamentaria de Investigación sobre la crisis financiera

José María Roldán, presidente de la AEB

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Análisis del presidente de la AEB sobre los años previos a la crisis y durante la misma, con especial atención en el ámbito contable.

Buenas tardes, señores diputados. Comparezco ante esta Comisión, de acuerdo con los términos de su convocatoria, en calidad de antiguo Director General de Regulación y Estabilidad Financiera del Banco de España. En primer lugar, creo que es necesario comentar el entorno organizativo e institucional en el que el Banco de España operaba en aquellos días.

Como saben, los Directores Generales del Banco de España asisten, con voz y sin voto, a dos órganos: el Consejo de Gobierno del Banco de España, que aprueba las directrices generales de actuación del Banco y, en concreto, las circulares del Banco de España, y la Comisión Ejecutiva, formada por cuatro miembros, que ejecuta las actuaciones de la institución en el día a día. Ambos órganos están presididos por el gobernador del Banco de España. Las Direcciones Generales, en términos prácticos, preparaban las propuestas técnicas que se sometían a debate.

En esta intervención inicial me propongo abordar los siguientes puntos. En primer lugar, me gustaría realizar un análisis de la crisis financiera internacional. Trataré de no repetir lo dicho por anteriores comparecientes y centrarme en un par de aspectos de la misma que, en mi opinión, se han tratado con menor profundidad. En segundo lugar, y en relación con la crisis española, me centraré en analizar lo ocurrido en el ámbito de mis responsabilidades en los años previos a la crisis y durante los mismos, con especial atención en el ámbito contable. En tercer lugar, desearía exponer algunas consideraciones acerca del modelo de negocio bancario en España, que creo pueden ser interesantes para entender esta crisis. Por último, concluiré con algunas reflexiones sobre las perspectivas de futuro del sistema financiero español.

Respecto a la crisis financiera internacional, me gustaría centrarme en dos elementos que tuvieron, en mi opinión, un papel importante en la crisis. El primero se refiere a las dudas existentes sobre el alcance de la crisis en sus primeros compases y hasta que se produce la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. En segundo lugar, me gustaría comentar algunos aspectos no bancarios de la crisis de 2007 que, a menudo, han pasado inadvertidos.

Permítanme que comience analizando el periodo que va desde el inicio de la crisis, en el verano de 2007, hasta su recrudecimiento tras la caída de Lehman Brothers y el rescate de AIG. En aquellos días, la terminología que se utilizaba para hablar de la situación de los mercados era la de “turbulencias financieras” o “market turmoil”. Permítanme que destaque algunas declaraciones en aquel entorno temporal. Por ejemplo:

  • Ben Bernake, presidente de la Reserva Federal, dijo en marzo de 2007 en el Congreso de los Estados Unidos “el impacto en la economía en sentido amplio y en los mercados financieros de los problemas en el mercado [de hipotecas] subprime parece que será, con una alta probabilidad, limitado”.
  • Hank Paulson, secretario del Tesoro Norteamericano, también en marzo de 2007 y en un subcomité del Congreso declaró: “desde el punto de vista de la economía en su conjunto, mi conclusión es que lo estamos vigilando atentamente [los desarrollos en el mercado subprime] pero [el problema] parece que está delimitado”.
  • Tres meses después de ambas declaraciones, dos hedge funds de Bearn Stearns especializados en la operativa subprime, suspendieron los reembolsos a sus clientes, comenzando así una cadena de contagios en todo el mercado hipotecario. Fue un primer aviso.
  • A principios de 2008 Bernanke, esta vez frente al Comité Bancario del Senado, anticipó que podrían producirse quiebras entre los bancos más pequeños, pero dijo: “No anticipo ningún problema de ese tipo entre los bancos internacionalmente activos que forman una parte sustancial de nuestro sistema bancario”. En septiembre, quebraba Lehman Brothers y también Washington Mutual, el banco más grande que ha quebrado en la historia de los EE. UU., mientras que el gigante asegurador AIG debía ser rescatado en octubre al igual que ocurría en noviembre con Citigroup para así evitar su quiebra. Segundo aviso. Y este ya muy grave.

Pero los errores de apreciación entre el verano de 2007 y el del 2008 no se refieren sólo a la política supervisora. El BCE, la institución a la que todos los europeos debemos más por su efectiva lucha contra esta crisis -recordemos el “whatever it takes” de Draghi-, aumentó los tipos de interés en el verano de 2008 hasta el 4,25%, para luego bajarlos hasta el 1% tras la quiebra de Lehman Brothers. De hecho, volvió a subirlos en abril y julio de 2011 (del 1% al 1,5%) para frenar el recalentamiento de la economía europea, esto es, aumentó los tipos pocos meses antes de que estallara la crisis de la deuda soberana en la eurozona. Hoy, les recuerdo, los tipos siguen en cero y no hay ni atisbos de recalentamiento de la economía.

¿Es esto una crítica a cómo actuaron las personas o a las instituciones en aquellos días? En absoluto, si pongo estos ejemplos es precisamente para señalar que ni las mentes más privilegiadas, ni las instituciones más prestigiosas, fueron capaces de ver, pocos meses antes, la magnitud de lo que se nos venía encima. Ni en 2008, antes de Lehman, ni en 2011, antes de la crisis del euro. La complejidad de las interacciones entre agentes económicos y financieros acabaron por generar, de facto, una gran opacidad sobre las vulnerabilidades existentes. Algunos autores denominan a esto incertidumbre radical.

Respecto a los elementos no bancarios de la crisis, es necesario recordarlos porque, aunque se ha fortalecido, y mucho, la solvencia y la liquidez de los bancos, la regulación y supervisión del llamado sistema financiero en la sombra es, hoy por hoy, un trabajo pendiente de culminar.

Una de las grandes paradojas de la crisis actual es que el gran símbolo de la crisis, Lehman Brothers, cuya quiebra provocó el recrudecimiento de la crisis, y que habitualmente es descrito como un banco de inversión, tenía poco de banco, pues ni captaba depósitos ni estaba sometido a la regulación y supervisión de la FED, la OCC o la FDIC (los supervisores americanos de bancos). En realidad, y en la terminología europea, los bancos de inversión de los Estados Unidos eran lo que nosotros denominamos sociedades de valores y de hecho operaban bajo la supervisión de la SEC, el equivalente a nuestra CNMV. Por cierto, y al igual que las cajas de ahorro españolas, este tipo de entidad financiera ha desaparecido en los EE. UU., y las pocas que han sobrevivido lo hacen bajo una licencia bancaria.

Aún más paradójico es el caso de AIG, American International Group, una compañía de seguros con un brazo financiero muy potente que entró antes de la crisis en el mercado de seguros de riesgo de crédito. AIG fue rescatada por el gobierno americano en septiembre de 2008, a pesar de las enormes dificultades técnicas y políticas de hacerlo. Y debemos dar gracias por ello, porque a Lehman Brothers sobrevivimos, pero a la quiebra de AIG no lo hubiéramos hecho. El Armagedón de la crisis en 2008 no fue un banco, sino una compañía de seguros que se alejó de los negocios tradicionales y se adentró en mercados que desconocía. A estos problemas de AIG se añaden los de las aseguradoras “monoliners” que de hecho desaparecieron con la crisis.

Podemos mencionar dentro de este apartado los Fondos del Mercado Monetario o MMF y la inestabilidad que introdujeron ante la posibilidad de que no pudieran devolver a los partícipes el nominal de su inversión (“break the buck” en la expresión  inglesa). Por cierto, el desarrollo de los MMFs nos da una lección respecto a los peligros del arbitraje regulatorio. A raíz de la crisis del 29, se prohibió a los bancos la remuneración de los depósitos con tipos de interés para evitar su utilización especulativa, lo que llevó al desarrollo de la industria de fondos respaldados con papel comercial de corto plazo. Al cabo de varias décadas, los bancos emitían papel comercial, deuda a corto plazo, que era comprada por los MMFs. La fragilidad del sistema aumentó, pues los bancos dependían de la financiación de la industria de MMFs y esta ofrecía a los partícipes, a sus inversores, una garantía de valor y liquidez que en malos tiempos no se podía mantener.

El caso de los SIVs o Structured Investment Vehicles es más complejo pues, aunque eran vehículos de mercado no distintos a un fondo de inversión, lo cierto es que acabaron en los balances de los bancos a través de las líneas de liquidez que estos les habían proporcionado. Pero, de nuevo, no eran considerados parte del sistema bancario, eran operadores de mercados. Estos SIVs, cuya consolidación resultaba obligatoria, según la norma contable internacional a partir del caso Parmalat, quedaron fuera de los balances bancarios en la mayoría de países, sin que sea capaz de vislumbrar la justificación para ello. El Banco de España, en interpretación de la Circular Contable pero también mirando lo que decían las IFRS, concluyó que debían consolidarse, y por tanto que los bancos debían poner capital y provisiones por esos SIVs si los constituían. Una acción que evitó en España la creación de esos vehículos fuera de balance que tuvieron un papel esencial en la gestación de la crisis financiera internacional, así como en la opacidad y en la crisis de desconfianza e iliquidez que provocaron y que han sido los rasgos distintivos de esta crisis.

Al hilo de estas consideraciones, no quiero dejar de mencionar lo que ocurrió en el verano del 2007 en el mercado interbancario de la eurozona, que se cerró completamente. El problema fue que el llamado sistema de originar para distribuir dio lugar a interacciones enormemente complejas entre los distintos operadores. Una vez desatada la crisis, los comportamientos en manada (por los que resulta racional no hacer lo que piensas que es adecuado, sino lo que piensas que los demás van a hacer) aumentaron de manera desproporcionada los costes de la crisis. La complejidad produce opacidad, y genera confusión en los momentos de crisis.

El hecho es que, a día de hoy, sigue sin activarse el mercado interbancario, habiéndose convertido el BCE en la gran central de contrapartida de los bancos europeos. Nótese que el retroceso de la globalización financiera a nivel mundial se explica, en gran parte, por la marcha atrás experimentada por la integración bancaria en la eurozona y ésta por la desaparición del mercado interbancario.

¿Cuál es la lección a extraer de todo esto? Que estamos regulando instituciones, no actividades, y por ello debemos estar especialmente atentos a monitorizar los desarrollos en el sistema financiero en la sombra para atajar, mediante la regulación y la supervisión, el arbitraje regulatorio antes de que se produzcan situaciones que pongan en riesgo el sistema. En mi opinión, es vital recordar esto, en estos momentos, habida cuenta del desarrollo del sistema financiero en la sombra y la revolución financiera digital en marcha.

Permítanme que pase al ámbito español y más en concreto a mis responsabilidades en el Banco de España.

Como seguramente conocen, las competencias de la Dirección General de Regulación han ido variando con el tiempo, aunque de manera simplificada, se enmarcan en cuatro grandes áreas: la normativa de solvencia (que básicamente se instrumenta a través de la Circular de Recursos Propios); la normativa contable (que tiene su mejor expresión en las sucesivas circulares contables); el análisis de la estabilidad financiera, cuyos resultados se hacen públicos en el Informe de Estabilidad Financiera, y la gestión y validación de la información remitida por las entidades sometidas a supervisión, incluida la gestión de la Central de Información de Riesgos del Banco de España. A esto se añaden las funciones de representación en los distintos foros internacionales que se dedican a cada una de las áreas mencionadas.

En el caso de las competencias de la Dirección General de Regulación, hay que tener en cuenta que esa potestad regulatoria se ejercía merced a distintas habilitaciones legales y tenía un carácter auxiliar, aunque relevante, dentro de la jerarquía legal. Así, en el terreno de la solvencia, a la jerarquía legal de la Circular del Banco de España se anteponían una retahíla de Directivas, Leyes, Decretos y Órdenes Ministeriales que, finalmente, habilitaban al Banco de España a desarrollar ciertos aspectos de la norma. Con la aparición de los Reglamentos Comunitarios en esta materia, se mermó aún más esa potestad pues, como ustedes conocen bien, estos son de directa aplicación en los Estados Miembros de la Unión Europea, sin que medie transposición nacional. Este esquema es compatible con el hecho de que muchas de esas propuestas se originaban en el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea, organismo técnico de carácter consultivo o, en el caso de la contabilidad, del IASB, organismo internacional también de carácter técnico que promulga las Normas Internacionales de Contabilidad. Por lo que respecta a las competencias contables, el Banco de España dispone de potestad reglamentaria en virtud de la delegación realizada por el Ministro de Economía mediante una Orden Ministerial de 1989. En el ejercicio de esta competencia, el Banco cuenta con una ya larga tradición en la emisión de la conocida como Circular Contable. La llegada del Reglamento Comunitario, que aplicó a partir del 1 de enero de 2005 las IFRS o Normas Internacionales de Contabilidad para la información consolidada de los grupos con instrumentos emitidos en mercados financieros, supuso un desafío considerable para el Banco de España. Con la finalidad de evitar que los bancos españoles tuviesen que soportar una dualidad de criterios contables, y siguiendo las indicaciones contenidas en el Libro Blanco para la Reforma de la Contabilidad en España, se publicó la Circular 4/2004 que supuso la plena adaptación de las normas contables bancarias a las IFRS, a la vez que se optó por conservar, reformulándola, una de las señas de identidad históricas de nuestro marco contable, básicamente, el régimen de provisiones para insolvencias.

Conviene recordar que, en este proceso, que supuso un notable esfuerzo, el Banco de España estuvo en permanente diálogo con las autoridades involucradas en la materia y contó en todo momento con la colaboración del ICAC, de la Subdirección de Legislación Financiera de la entonces Dirección General del Tesoro y de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. A ello me referiré más adelante.

Durante mi etapa al frente de la Dirección General de Regulación y Estabilidad financiera del Banco de España, esta Dirección se orientó hacia tres grandes áreas:

  • La primera, el reforzamiento de las reglas de solvencia de las entidades de crédito españolas, en el marco de las exigencias de recursos propios mínimos elaboradas por el Comité de Basilea e incorporadas al ordenamiento jurídico comunitario mediante la Directiva de Requerimientos de Capital y su posterior y correspondiente Reglamento (CRD/CRR).
  • La segunda, la adaptación de la regulación contable bancaria a los estándares internacionales elaborados por el IASB y adoptados por la Unión Europea, haciéndola compatible con el modelo de provisiones, más conservador y con elementos contracíclicos, aplicado históricamente por el Banco de España.
  • Y la tercera, la mejora de la trasparencia en distintos ámbitos de la actividad bancaria, que tuvo su reflejo, entre otros proyectos, en la creación del Portal del Cliente Bancario, en el reforzamiento de la Central de Información de Riesgos y en la implantación de herramientas avanzadas para la trasmisión de información financiera (XBRL).

En el área de solvencia, la Circular se fue adaptando a los sucesivos cambios que surgieron de los acuerdos internacionales emanados del Comité de Basilea: primero Basilea II y luego Basilea III. Grosso modo, el primero de esos acuerdos establece los capitales mínimos de los bancos en torno a tres pilares: el pilar uno, el cómputo de los Activos Ponderados por Riesgo, el segundo pilar, relativo a la discreción supervisora que establece la posibilidad de fijar recargos de capital en función de riesgos no recogidos en el primer pilar y el tercer pilar, de disciplina de mercado, introduce criterios de transparencia sobre los riesgos de la entidad para que el mercado pudiera formar su propio juicio sobre la situación del banco. Esos requerimientos de capital mínimo siempre tienen la forma de recursos propios elegibles divididos por los Activos Ponderados por Riesgos, y ese cociente debía ser mayor del 8% de acuerdo con los requerimientos de Basilea I y Basilea II. Conviene destacar que el cómputo de los recursos propios incluye elementos como acciones (core capital o core Tier 1) pero también lo que se denomina instrumentos híbridos de capital, tales como acciones preferentes o deuda subordinada (en la jerga AT1 y Tier2).

Además, de este computo se sustraen ciertas partidas de activo, como los activos intangibles o inmateriales, lo que se denominan deducciones.

No reitero por obvio que la Circular se promulgaba solo cuando la cadena legislativa de directiva, ley y decreto se había completado.

Con posterioridad a la crisis, la experiencia llevó a la conclusión de que la regulación debía ser endurecida, no tanto en la fórmula de cómputo de los Activos Ponderados por Riesgo como, sobre todo, en la exigencia de mayor nivel de capital, que además debía ser de más calidad. También se establecieron colchones de capital anticíclicos y colchones de liquidez. Es lo que conocemos como Basilea III, cuya trasposición al ordenamiento comunitario se produjo en 2013, en este caso mediante una Directiva y un Reglamento, lo que hizo, por la parte recogida en este último, innecesaria una circular del Banco de España.

En lo que se refiere a la Circular Contable, la fecha clave es 2005, pues en ese año se produce la entrada en vigor del Reglamento Comunitario de las Normas Internacionales de Contabilidad o IFRS. Permítanme que me extienda sobre este aspecto.

Las potestades contables del Banco de España no son comunes entre los bancos centrales. De hecho, creo que, hoy en día, sólo Portugal comparte este modelo, pero históricamente han constituido uno de los pilares, si no el pilar fundamental, sobre el que se asentaba la regulación y supervisión de los bancos, cajas y cooperativas por parte del Banco de España. Por supuesto, el Mecanismo Único de Supervisión no cuenta con esta herramienta.

La llegada de las Normas Internacionales de Contabilidad, las IFRS, en 2005, complicaron sobremanera el ejercicio de dichas potestades contables. En primer lugar, porque se introducen mediante un reglamento comunitario y por tanto no permitían un cierto grado de adaptación por parte de los Estados Miembros. Entraba directamente en nuestra normativa. En segundo lugar, porque la filosofía de las Normas Internacionales de Contabilidad está basada en ofrecer la imagen fiel de la empresa, por lo que es absolutamente contraria a la posibilidad de presentar resultados inferiores a los reales, guardando parte de estos en forma de reservas o provisiones. En este caso, el adjetivo fiel, imagen fiel, prevalece sobre el adjetivo prudente. En tercer lugar, las Normas Internacionales de Contabilidad otorgan a los gestores una gran discrecionalidad a la hora de decidir la política contable de la empresa, algo que tampoco casa bien con la filosofía contable del Banco de España que premia la comparabilidad y las condiciones de competencia homogéneas.

Ante la posibilidad de limitar la aplicación de las Normas Internacionales de Contabilidad en el sector bancario mediante una circular del Banco de España mucho más restrictiva que la norma internacional, algunos juristas expresaron que esta acción podría constituir un fraude de ley. Aunque no terminó siendo cierta esa afirmación, sí da una idea del desafío que suponía en aquel momento el encaje legal y normativo de la Circular y el Reglamento de las Normas Internacionales de Contabilidad. De hecho, en algunos países, como Italia, se decidió abandonar las competencias supervisoras sobre la contabilidad y permitir la aplicación directa de las NIC en los estados subconsolidados y consolidados de los bancos.

Otra dificultad provenía de la filosofía de las NIC, de imagen fiel. Las Normas Internacionales de Contabilidad son normas pensadas para inversores, bien de renta fija, bien de renta variable, que invierten en títulos que cotizan en mercados organizados. Para las NIC, lo fundamental es que el inversor sepa cuál es la situación de la empresa en un determinado momento. Consideraban que la dotación de provisiones genéricas era una forma de moderar -ocultar- beneficios. La visión del Banco de España era muy diferente. Para el Banco, las provisiones genéricas y estadísticas constituían una vía para mejorar la gestión de riesgos, pues implicaban estudiar el pasado para determinar pérdidas que estadísticamente se podían esperar en el futuro. Estoy seguro de que esta visión de las NIC o les parecerá contrario a la lógica, porque una política prudente, como la propuesta por el Banco de España, centrada en utilizar la información existente para acumular en los buenos tiempos y poder así utilizarlo en los malos, es básica para una buena gestión económica. No sólo es más prudente, sino que también es, sobre todo, una forma mejor de medir los riesgos de la cartera. Pero es la perspectiva de imagen fiel, de tomar una foto fija en un momento dado, la que prevalece en las Normas Internacionales de Contabilidad, aunque ello suponga una mayor variabilidad de los resultados a lo largo del ciclo económico. El Banco de España tuvo que abordar estas contradicciones para mantener la filosofía de valoración prudente de su Circular, que permitía medir mejor los riesgos, con información objetiva, para no distribuir como dividendos lo que eran primas de riesgo y que facilitaba acumular resultados en los buenos tiempos para utilizarlo en los malos.

El tercer escollo conceptual fue, quizás, el más sencillo, porque la Circular no resultaba obligatoria para los estados consolidados. Las entidades de crédito en teoría podrían optar por opciones de contabilización distintas en los estados consolidados (IFRS) y en los individuales (Circular), pero la confusión que se generaría sería tal que, en la práctica, no merecía la pena. Una sola norma, adaptada a los estándares internacionales, ofrecía considerables ventajas y evitaba a las entidades el elevado coste que habría supuesto el soportar dos regímenes contables simultáneamente.

¿Cómo se afrontó esa reforma de la Circular Contable? El Banco de España ha publicado un magnífico libro sobre esta reforma, así que intentaré ser breve, si bien no puedo evitar introducir algunas explicaciones técnicas.

Antes del año 2000, la Circular Contable contemplaba dos tipos de provisiones. Una, la denominada genérica, se activaba con el crecimiento del crédito, de forma que siempre se tuviera un colchón. Ese colchón era del 1%, del 0,5% y del 0% para riesgos sin garantía real, con garantía real y con el sector público, respectivamente. La otra, la específica, se utilizaba para créditos dudosos, esto es, créditos individuales que, bien por impago (moroso), bien por otra causa objetiva o subjetiva, estaban dañados. Para esta última, se establecían calendarios de provisiones, más largos para los préstamos con garantía real.

En el año 2000 se introdujo lo que en aquel momento se denominó la provisión estadística, que mediante una parametrización por carteras de préstamos (hasta seis grupos distintos), se establecía una retroalimentación entre las específicas y estas de tal manera que esta provisión estadística aumentaba, se llenaba en los buenos tiempos, cuando el crédito crecía, y se vaciaba cuando la morosidad se incrementaba. En suma, se acumulaban provisiones en los buenos tiempos para utilizarlas en los malos. En esencia, era una provisión anticíclica. A partir de 2000, pues, las provisiones se agrupaban en genéricas, estadísticas y específicas.

Las Normas Internacionales de Contabilidad sólo contemplan las provisiones por pérdidas incurridas. No permiten, pues, acumular provisiones por el mero incremento de la cartera crediticia (por ello, la simplicidad de las genéricas basadas en el mero crecimiento del crédito impedían cualquier ilusión de disfraz) ni, digámoslo ya claramente, cualquier provisión anticíclica como la futura provisión dinámica.

La estrategia del Banco de España, muy agresiva, fue la de fundir la genérica antigua y la provisión estadística en una nueva provisión anticíclica. Digo muy agresiva, porque en el mundo contable internacional se pensaba que en puridad esta solución no cabía dentro de la norma contable. Los que asistíamos a las reuniones internacionales sufrimos directamente esas críticas y también presiones. Pero el objetivo de no liberar provisiones acumuladas en el pasado y de garantizar que la acumulación continuara en el futuro si el crédito seguía creciendo, importaba más que la pureza contable.

Técnicamente, se intentó que el camello entrara por el ojo de la aguja contable utilizando todos los resquicios que ofrecían las Normas Internacionales de Contabilidad, y todo ello respetando, como no, el principio de imagen fiel. En primer lugar, se utilizó con generosidad la posibilidad que contemplaba las NIC de realizar provisiones específicas para grandes grupos homogéneos de préstamos, con el objeto de cubrir créditos ya dañados pero que no habían sido todavía identificados por el banco como tales. Es el llamado análisis colectivo de deterioro. En segundo lugar, se incluyeron las provisiones en el anejo de la circular (el anejo ix), recurso que se aproxima a la figura de las guías o guidances utilizadas con frecuencia internacionalmente, aunque, con el ordenamiento español, el anejo fuese tan obligatorio como el cuerpo principal de la norma. Por último, ante la posible mitigación de beneficios se argumentaba que era una mejor gestión de riesgos y que la provisión dinámica era transparente, por lo que el potencial inversor de valores cotizados bancarios podía calcular sin ningún esfuerzo la cifra de beneficios sin provisiones dinámicas acumuladas, es decir, respetaban el principio de imagen fiel.

El trabajo no era sencillo. Al fin y al cabo, la parametrización de la provisión estadística de 2000 requirió de una corrección al poco tiempo de publicarla. En 2012 el decreto inicial para cubrir el riesgo inmobiliario fue seguido en unas pocas semanas de otro para garantizar el cumplimiento de los objetivos buscados. No hay un laboratorio, un túnel de viento, en el que se garantice que la parametrización teórica inicial funciona en la práctica. Pero los objetivos buscados se consiguieron: en el conjunto de 2005 las provisiones acumuladas fueron ligeramente superiores a las acumuladas en 2004 (estando las provisiones dinámicas estabilizadas entre los dos años), si bien en cifras trimestrales se produjo un ligero decrecimiento de la provisión dinámica, como se puede observar en la página 133 del libro ya tan citado del Banco de España. La importancia de haber logrado mantener la provisión dinámica en el nuevo entorno se constata con lo que representaron estas provisiones en 2005: 20.000 millones de euros frente a 4.000 millones de específicas. Y por su cuantía a finales de 2007: 29.000 millones de euros, casi cinco veces más respecto a los 6.000 millones acumulados en provisiones específicas. Esto es, se había logrado acumular en siete años un colchón de provisiones equivalente a un 3% del PIB.

En otras comparecencias se ha hablado de las presiones ejercidas para forzar una rebaja del nivel de estas nuevas provisiones. Mi resumen sucinto de estas es que provenían, sobre todo, del mundo contable y del internacional. A ello me referiré con posterioridad. Por supuesto, los bancos no estaban contentos: al fin y al cabo, la provisión detraía un 30% de sus beneficios, algo que no ocurría en otros países de nuestro entorno. Pero yo no recuerdo que las presiones por ese lado fueran tan fuertes y sí recuerdo muy bien la presión que ejerció el mundo contable. Y aunque recibimos un claro apoyo por parte de la CNMV y del ICAC, el resto del sector oficial, dentro y fuera de España, era bastante indiferente a nuestros esfuerzos. En definitiva, una sensación de aislamiento que contrastaba con el respaldo incondicional que el gobernador y subgobernador del Banco de España de la época ofrecieron a esta iniciativa. Tal y como se indica en el mencionado libro.

A la hora de parametrizar la nueva provisión, el objetivo del Banco era mantener los niveles de provisiones, esto es, no liberar provisiones de manera injustificada desde la óptica de la prudencia. El ligero descenso en las provisiones durante 2005, que no en el conjunto del año, vino de limitar la cobertura máxima. Se trataba de evitar resultados extremos, como por ejemplo que un banco con una reconocida calidad de cartera hubiera acumulado provisiones que cubrían siete veces sus créditos morosos. No había manera de justificar semejante distorsión bajo las NIC, con la información disponible entonces. Por lo tanto, ese ligero descenso dentro del año 2005 puede ser visto como la forma de asegurar el éxito de preservar la provisión anticíclica en la nueva circular de las NICs.

La aprobación de esta circular, con fuerte oposición del mundo contable internacional, no acabó con los problemas. Recuerdo nítidamente dos reuniones en las que tuve que defender el modelo español, una en la SEC americana en julio de 2007, que fue especialmente tensa al principio, y otra ante el IASB (International Accounting Standards Board) en junio de 2009. Fueron dos reuniones difíciles, pero cuyo resultado positivo permitió mantener las provisiones hasta el momento en que fue necesario su uso para cubrir deterioros en las carteras crediticias.

En cuanto a las provisiones específicas, estas se fueron modificando en función de la evolución del entorno financiero: simplificando los calendarios de provisiones, reconociendo las garantías reales, estableciendo luego recortes en el valor de las garantías en función de su naturaleza, acortando los calendarios, hasta culminar en los dos reales decretos de saneamiento del sector financiero de 2012. Posteriormente, se hicieron modificaciones en el marco del rescate europeo, bajo instrucciones de la Troika, en materia, por ejemplo, de transparencia de créditos refinanciados.

En definitiva, la adaptación de la circular contable a las NIC fue un desafío de enorme magnitud, afrontado prácticamente en solitario, y que llegó a buen término a pesar de la fortísima oposición del entorno contable internacional. No fue una bala de plata, obviamente, pero los objetivos buscados, evitar la pérdida de provisiones acumuladas hasta 2004 y garantizar su crecimiento futuro, se alcanzaron.

Ahora puede parecer que fueron insuficientes, pero lo cierto es que el sistema crediticio español afrontó los primeros compases de la crisis con un colchón de provisiones genéricas de 28.000 millones de euros. Muy pocos países de nuestro entorno pueden decir lo mismo.

Permítanme que pase al tercer bloque, el de las lecciones a extraer de la crisis, y que comience por el modelo de negocio. Ya he descrito la forma predominante de modelo bancario antes de la crisis en determinados países, el denominado modelo de originar para distribuir, que creó ese mundo paralelo, ese sistema financiero en la sombra de vehículos fuera de balance, opacos para los mercados y para las autoridades. Este, por suerte, no era el modelo de los bancos españoles, que continuaron siendo fieles a su modelo de “buy and hold”, es decir, de asumir el riesgo de crédito sin transferirlo a terceros. Nuestras entidades eran, en algunos casos, bancos grandes, sofisticados e internacionales, pero seguían siendo bancos de “Main Street” (por contraposición a “Wall Street”), centrados en la banca comercial tradicional, en la provisión de servicios a sus clientes, en la transformación de plazos, esto es, en captar pasivos a corto para prestarlos a familias y PYMEs de manera rentable y segura.

En el caso español, este modelo muestra algunas características específicas adicionales, como es la expansión internacional que ha permitido una diversificación geográfica que -es preciso reconocer- es la única estrategia que ha funcionado durante la crisis. Y ha sido así porque esa expansión se realizó mediante filiales autónomas, sin dependencias de capital, financiación o de negocio de la casa matriz, con estructuras de gobierno corporativo propias y sometidas a la supervisión local. Y lo que es también importante, con una potente cultura común del análisis y control de riesgos. A diferencia de lo que ocurrió en otros países, los grandes bancos internacionales españoles han sido un elemento de estabilidad para nuestra economía, sin el cual España no hubiera podido superar la crisis como lo ha hecho. Quiero hacer hincapié en este aspecto, porque creo que no ha sido suficientemente valorado. No debemos olvidar que, en las fases más agudas de la crisis, el ‘rating’ de algunos de nuestros bancos fue mejor que el del Reino de España, algo inaudito en el resto del mundo.

Muchas veces me he preguntado qué habría pasado en España si nuestros bancos hubieran sido una fuente de problemas y no de estabilidad, al igual que ocurrió en otros países. Cabe imaginar que la crisis habría sido aún más intensa y dolorosa de lo que ya ha sido y que probablemente aún no la habríamos superado. Al factor de estabilidad se une el hecho de que los bancos de la AEB, junto con otras entidades, no tuvieron que ser rescatados con dinero público y, más aún, aportaron ingentes recursos financieros, más de 20.000 millones de euros, a través, en su mayor parte, de su Fondo de Garantía de Depósitos, al saneamiento de las entidades en crisis.

Todo esto, como sus señorías saben bien, no ha sido nada fácil. Las entidades sanas que han sobrevivido han tenido que dedicar miles de millones de sus propios recursos a limpiar y recomponer sus balances, mientras que incrementaban simultáneamente su capital. Los bancos de la AEB han dedicado más de 200.000 millones de euros a saneamientos y dotaciones, y han aumentado sus fondos propios contables en 90.000 millones. Todo ello sin recurrir a ayudas públicas. En medio de este gran esfuerzo han afrontado, y lo siguen haciendo, una nueva regulación, muy exigente y costosa, además de un drástico cambio en el sistema de supervisión. Al mismo tiempo que los bancos asumían las pérdidas de la economía real, esto es, los créditos que las familias y empresas dejaban de devolver, las entidades ayudaban a sus clientes a acomodar sus deudas y pagos al empeoramiento de su situación financiera.

En general, podemos decir que nuestro modelo bancario ha resistido bien la crisis, aunque no todos los bancos comerciales han mostrado la misma fortaleza. De hecho, el modelo de banca comercial no evitó en España que algunas entidades cayeran y desaparecieran. Por ello, la calidad de la gestión es, en último término, la primera barrera frente a los problemas del negocio bancario. El modelo comercial no blinda frente a determinados comportamientos, como algunos que se vieron antes de la crisis: el monocultivo hipotecario, la concentración de riesgos en el sector inmobiliario o el desmesurado crecimiento del riesgo de crédito, espoleado por la entrada de un gran número de competidores en nuevos mercados. Todo ello provocado o estimulado por un entorno macroeconómico global laxo, deficientes gobiernos corporativos y, en algunos casos, por estructuras de propiedad poco claras. Es por ello que, en el programa de rescate parcial de la Troika, uno de los puntos clave fue la reforma de las cajas de ahorro, a las que requirió su transformación en bancos. mejorando así sus sistemas de gobernanza y, lo que es tan importante como lo anterior, dotándolas de mayor flexibilidad para aumentar sus recursos propios.

Por último, permítanme que les exponga algunas de las conclusiones que, desde mi punto de vista, se podrían extraer de todo lo expuesto. La primera podría ser que nuestro modelo de banca comercial, centrada en acompañar a nuestros clientes a lo largo de su ciclo vital y en ayudarles a conseguir sus objetivos proveyéndoles de los servicios financieros que necesitan, es el adecuado. Y lo mismo se puede afirmar de la actividad internacional, ejercida mediante filiales que se financian independientemente de la matriz y replican ese modelo comercial en sus países de destino.

La segunda, que debemos evitar a toda costa que se reproduzcan desarrollos inadecuados en torno al modelo de originar para distribuir. Ese ha sido, entre otros, uno de los objetivos de la regulación puesta en marcha después de la crisis. Sin embargo, resulta paradójico que la nueva regulación esté introduciendo incentivos al arbitraje regulatorio, esto es, el desplazamiento de actividad desde los bancos hacia el sistema financiero en la sombra, y ello es así porque las nuevas normas van dirigidas a entidades (bancos, seguros, etc.), y no a tipo de operaciones (captación de pasivos a corto que financian riesgo de crédito a largo plazo). El problema con ese desplazamiento no es sólo de competencia -nada que decir si es leal y en igualdad de condiciones-, ni del relativo trato injusto que supone para los bancos. La cuestión clave es saber si están aumentando los riesgos de inestabilidad financiera, incluso la probabilidad de otra crisis sistémica, por la aparición de pseudobancos fuera del perímetro regulatorio. O si pueden aparecer problemas de protección de la clientela de la mano de esos nuevos intermediarios, esto es, si al arbitraje de capital se le puede añadir el de normas de protección del cliente financiero. Es pronto aún para dar una respuesta, con la reforma regulatoria recién terminada y aún en fase de aplicación. Pero resulta contradictorio que estemos haciendo bancos ultraseguros, a costa de desplazar riesgos a partes del sistema financiero que ni vemos ni controlamos.

La tercera conclusión hace referencia a que ningún modelo de negocio está a salvo al 100% de potenciales problemas, aunque el español de banca comercial basado en relaciones a largo plazo con los clientes ofrece menor riesgo que otros. Conviene, pues, no relajarse y apostar por una gestión profesional, correcta, adecuada, impulsada por las mejores prácticas de gobierno corporativo, por la educación financiera y por el establecimiento de una cultura bancaria adecuada, efectiva y extendida a todos los niveles de la organización.

Permítanme que complete esta intervención inicial recordando que durante mi periodo como director general presidí un número importante de organismos y foros internacionales, que supusieron una carga de trabajo extra, pero también una fuente de muchas satisfacciones. Me refiero al Grupo de Acción Financiera Internacional contra el blanqueo de capitales (GAFI), al extinto Comité Consultivo Bancario de la Unión Europea, al CEBS (Committe of European Banking Supervisors), organismo predecesor de la EBA, al Joint Forum (foro conjunto del Comité de Basilea, de IOSCO y de la organización internacional de supervisores de seguros o IAIS) y al Standards Implementation Group del Comité de Basilea.

Respecto a este trabajo de representación en foros internacionales, la idea central era mejorar la coordinación entre supervisores, bien de banca, bien de banca, valores y seguros, o bien a nivel regional en Europa. En el caso europeo, se intentaba avanzar en lo que denominábamos una cultura supervisora común en la Unión Europea. El Mecanismo Único de Supervisión o MUS es la culminación de todo ese esfuerzo, y el hecho de que, trece años después de la puesta en marcha del CEBS, las prácticas supervisoras todavía no se hayan armonizado plenamente es una buena muestra de lo compleja que era esa tarea.

No es fácil moverse en el mundo internacional, pues con frecuencia se sufren presiones e incomprensiones, como las que se han comentado respecto a la reforma de la circular contable. La visión puramente autárquica de profesionales que, por edad o perfil, no han tenido la oportunidad de esas interacciones con Europa y con el mundo supervisor internacional, puede inducir a generar espejismos que hagan creer que se pueden ignorar los movimientos de integración. Déjenme que destaque que son eso, espejismos, y que fuera de Europa no hay, simplemente, futuro. Destacar las fortalezas de nuestro modelo de regulación y supervisión no es fácil, se lo aseguro, aunque las tiene, como por ejemplo la importancia de los estados financieros y de la valoración de los activos como materia prima sobre la que se construye la solvencia de los bancos. Como no se consigue es dando la espalda a ese mundo internacional, ignorándolo.

Muchas gracias por su atención y quedo a su disposición para cuantas preguntas o aclaraciones deseen formularme.

José María Roldán, presidente de la Asociación Española de Banca